CONFESIÓN

Siempre se ha dicho que el primer paso es reconocerlo… así que allá va: Sí, lo admito, soy adicta, estoy poseída por una fuerza irresistible que me impele a consumir todo aquello que se enchufe, lleve cables, pilas o batería de litio. Siento una atracción fatal hacia todo tipo de “cacharros” dotados con microchip. Devoro las páginas de semanarios o revistas que descubren las novedades tecnológicas. Vivo en un sinvivir hasta que consigo hacerme con ellas. Confieso que he llegado a arrastrar a mi familia (numerosa, por cierto) a Nueva York para hacerme con lo último de la factoría Apple.

Sí, sufro una especie de ‘síndrome de Diógenes tecnológico’ que me obliga a acumular todo tipo de chismes y aparatos eléctricos. Muchos de ellos fueron en su día ‘imprescindibles’, después se revelaron perfectamente inútiles y ahora duermen el sueño de los justos en el fondo del armario. Alguno –y esto me avergüenza un poquito- incluso sin estrenar.

Pero todos me proporcionaron momentos de intenso placer, en una especie de ceremonia cinegética: el ojeo, la búsqueda de la presa, el acecho, y finalmente el ataque. Una vez cobrada ‘la pieza’ llega el gran momento: apertura cuidadosa del embalaje, primer contacto con el artilugio y a investigar. No me interesa saber de qué están hechos, ni cuál es el mecanismo infernal que ocultan en sus circuitos. Me conformo con saber hasta dónde pueden llegar y lo que pueden hacer por mi. Y eso es precisamente lo que intentaré compartir con quienes se asomen a este modesto espacio virtual. Sabiduría poca, la verdad, pero curiosidad, ganas de aprender y de descubrir, a raudales.

Absténgase los expertos -aquí no encontrarán nada que no sepan- y aquellos que renieguen de su condición de tecno adictos. ¡Aquí se viene a disfrutar!